10 de noviembre de 2018

Apuntes de dirección

Apuntes sobre el proceso de dirección y creación del montaje Unipersonal e Intransferible. Recuerdos que compartimos un año después de su estreno.

Recibí la invitación de mi antigua amiga María José, para dirigir su unipersonal e intransferible (ya tenía nombre). Éste trabajo llevaba un proceso de aproximadamente un año y varias asesorías. Antes de aceptar me contó la idea: una mujer vive en un sillón porque afuera hay un apocalipsis medioambiental. Era un trabajo que lo antecedía la intención de trabajar sola y una búsqueda experiencial con la radio. Me envió varias pinturas como referentes, imágenes más bien de corte simbólico no realistas, que representaban sufrimiento y desolación. Bien distinto de lo que pensé que mi compañera de clown podía estar creando. Por otra parte algunos referentes musicales como un nocturno de Chopin, que me llevaba hacia algo más sofisticado y pulcro. Le pedí visualizar sus avances antes de aceptar, aunque sabiendo que ya estaba metido en un proceso difícil de escaparme, le puse una formal resistencia debido a que me encontraba con muchos compromisos laborales y poco tiempo.

Lo que me presentó, era una serie de números sueltos, es decir sin conexión narrativa ni estilística. Tampoco había un personaje, más bien una versión seria sin palabras de ella misma: una mujer se saca una pelusa del ombligo, es una lana que se enrosca en los dedos que tocan una guitalele, sollozando una triste melodía; una mujer con mucho calor se desabriga, se seca las axilas con un ventilador de Minions y entonces le da frío; entre otros pequeños fragmentos inconexos.

Me pareció que el estado de la obra era lo suficientemente incompleto como para poder apropiarme del proceso y trabajar en una dirección de los sentidos del hacer-crear. Intentando con esto de escapar de una dirección de visualidad, como si la dirección fuese solo quien ordena lo que se ve en la escena.

Un pie forzado autoimpuesto, que responde a mi experiencia con ella y otros trabajos escénicos recientes, era hacer algo claro y entendible, optando por soluciones sencillas, sin perder la complejidad, sino más bien intentando no distraerse con mecánicas y efectos espectaculares, trabajar para crear algo que todo el público pueda entender de qué hablamos.

No estábamos muy seguros de qué se trataba la obra, de momento una mujer que no se baja de un gran sillón, entonces comenzamos con un entrenamiento creativo. Un trabajo que le permitiera explorar con agilidad el objeto escenográfico. Seguido de eso, entrenar al cuerpo en busca del personaje, trabajo de imitación de animales para recuperar técnicas físicas de cómo abordar el trabajo autoral, encontrar un lenguaje. En este entrenamiento-búsqueda íbamos encontrando un camino hacia lo que queríamos contar.

Inevitablemente fuimos incorporando características biográficas como el contexto de Chuquicamata, las contradicciones de los discursos, las diversas luchas sociales-medioambientales, la expulsión del territorio, entre otras.

Apareció la premisa: todo lo que hacemos es incorporado por el sistema, aunque sea revolucionaio o crítico siempre es incorporado. Por tanto nuestro foco de trabajo sería la contradicción, los agotamientos de los dicursos y formas. Apareció una historia como pretexto para justificar las reflexiones: una huelga contra algo imposible de ganar. Desarrollamos la ficción pensando en que un día es similar a una vida.

María José desarrollaba en solitario tareas y desafíos que le dejaba, luego revisábamos en ensayo. Parte importante de cada encuentro era el entrenamiento desde donde surgía la fuerza del personaje, ella preparaba secuencias de acciones coridianas predeterminadas o textos a modo de vómito escritural. Juntos discutíamos el sentido, las preguntas, reflexionábamos sobre los matices de lo que estábamos planteando, definiendo formas de reaccionar. La organización buscaba la coherencia y claridad del relato.

La técnica de máscaras no solo fue fundamental para el trabajo actoral y su relación con el público, sino que también ayudó muchísimo al trabajo reflexivo sobre las máscaras que usamos para ocultarnos, para protegernos, para asustar, para identificarnos, para sentirnos parte de algo.

Una persona de confianza nos ayudó a visualizar que le hacía falta un poco de humor para poder empatizar con el personaje, cuestión que a una dupla de payasos no se le hizo muy difícil, con este pequeño giro se afirmó la idea de espectáculo presente en toda la obra, principalmente en la relación del personaje con el público.

Durante el proceso las dificultades tenían que ver con las situaciones personales, problemas íntimos se nos íban colando al momento de trabajar. La opción como director fue acercarme al conflicto, abordar cada situación por sobre la ficción y sin buscarlo esas mismas conversaciones sobre la vida se hicieron fundamentales en la creación.

Finalmente habíamos creado una obra de ficción que nos interpela personalmente a ambos, exhibe nuestras preguntas, opiniones, miedos, dudas y contradicciones. Solo nos faltaba un final que podía repercutir en nuestras propias desiciones, entonces optamos por un final abierto, por un final que levante la pregunta más que responderla.

Nicolás Valiente.

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